Feliz Navidad... ¿en Marzo?
Al final estuve en el pueblo con los señores, y creo que, tras la gran charla que tuvo lugar durante gran parte del trayecto, las cosas no fueron tan mal. Creo que se tocaron casi todos los temas concernientes, y pude desahogarme a gusto, más que nada, porque ninguno tenía escapatoria (aunque en cualquier momento podía haber echado el freno y salir corriendo por la carretera, o haberles abandonado en alguna gasolinera... es curioso, ahora mismo no me parece tan mala idea). Así que... de perdidos al río.
Espero que la dichosa charla suponga un punto de inflexión, y los asuntos familiares vayan a mejor poco a poco, porque con el agobio que tengo por el proyecto, si en casa no hay muy buen ambiente, voy a acabar por reventar.
La estancia tampoco estuvo mal. No hubo problemas por el hecho de que acaparara la Wii casi todo el día (la dichosa antena no funciona bien desde que alguien estuvo mangoneando en el tejado, al parecer, algunos ex-vecinos de nacionalidad extranjera, por usar un término políticamente correcto). Estuve mirando algo de documentación para el proyecto (pero poca, poca). Jugué a la Wii con un amigo de la cuadrilla al Wii Sports al que dí una paliza a los bolos (lástima de tener solamente un mando), y el sábado a la noche celebramos entre unos cuantos el cumpleaños de otro (u otros, no sé si eran dos o tres), jugando al Party & co, y adquiriendo sabiduría popular de esta experiencia, como que, al parecer, la marca de ketchup no es Heinz, sino Sainz, que es el Pozi quien tiene ovejitas, y no Carmen Sevilla, que un cañón y un coche a reacción son sospechosamente parecidos, y que, por convenio, las palabras jefe, corbata, y ordenador, sugieren sexo (amén a esto último).
Pero el título del post no viene a cuento sin mencionar el viaje de vuelta. Nieve. Durante dos horas ví nevar (menos mal que no era yo quien cogía el volante). La nieve cuajaba en la carretera, y dejaba un manto blanco que daba algo de bastante respeto, sobre todo a la hora de subir y bajar los puertos. De todas maneras, la estampa navideña era preciosa. Pasar de noche por pueblos con los tejados y la vegetación cubiertos de algodón daba una sensación de paz muy agradable.
Lástima de cámara de fotos. Por una vez, hubiera merecido la pena llevarla.